Lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad. Máximo Décimo Meridio, “Gladiator”
Quizá la pregunta que más veces me han hecho desde que inicié mis primeros pasos escribiendo es la relación que hay entre mi trabajo como ingeniero y la historia.
Para contestar esto caben dos aproximaciones.
La primera tiene que ver con la importancia de las humanidades en todos y cada uno de nosotros. Esta la responderemos en otra entrega.
La segunda, más específica, tiene que ver con la importancia de la historia, en particular, en nuestra vida.
Aprovecho que pasamos por aquí para recomendar el libro que Papá Noel me trajo hace unos días: “España y su herencia invisible” (Espasa, ISBN 9 788467 069105), de José Carlos Gracia, autor del Podcast “Memorias de un tambor”. En el libro, que guarda alguna semejanza con el mío propio (Historia esencial de España), desarrolla una tesis que guarda cierta similitud con la que te voy a contar ahora, amigo lector.
Mi tesis es que, desde el momento en que nacemos, somos beneficiarios de nuestra historia, entendida como la suma de las infinitas acciones, positivas y negativas, de nuestros ancestros.
Así, cuando los navegantes fenicios se atrevieron, hace casi 3.000 años, a atravesar el Mediterráneo y establecer bases comerciales en la costa española, sentaron los cimientos del espíritu comercial que ha caracterizado siempre a esta zona de nuestra geografía. Cuando en España se andaba en carreta, a principios del siglo XX, mis tatarabuelos exportaban frutas murcianas a Londres.
Cuando los numantinos resistieron a las legiones romanas durante diez años, seguramente ayudaron a crear la reputación de pueblo duro y leal, que acompañó a nuestros tercios a lo ancho del todo el mundo y a lo largo de ciento cincuenta años de práctica imbatibilidad.
Cuando los cristianos españoles soportaron la hostilidad de Almanzor a mediados del siglo X, poco antes de lo que se pensaba que sería el fin del mundo y mientras veían el mundo deshacerse bajo sus pies, seguramente afianzaron el concepto de patria hispana, que tantos ahora se afanan en destruir.
Cuando los reyes de Navarra, Castilla y Aragón cargaron juntos en Las Navas de Tolosa en 1212 contra los invasores almohades, con todos los pronósticos en contra, pusieron fin a la hegemonía musulmana en España y demostraron que la Reconquista era posible. Según mi admirado José C. Gracia, tomaron entonces tanto impulso que, tres siglos más tarde, llegaban a descubrir el Océano Pacífico, a través de los ojos de Vasco Nuñez de Balboa.
Los intrépidos soldados, frailes, agricultores que se embarcaban en frágiles naves rumbo a lo desconocido -normalmente la muerte ahogados o víctimas de microorganismos para los que no disponían de defensas- sentaron las bases para que un país minúsculo, con una población ridícula de menos de 7 millones de habitantes, dominara el mundo. Y lo hiciera durante tanto tiempo y en condiciones tan desventajosas.
Lo mismo podemos decir acerca del archiconocido Blas de Lezo. Tras una de las arengas que todos los estudiantes españoles deberían leer en el colegio, lanza a los 300 andrajosos y desnutridos supervivientes del asedio de Cartagena de Indias, en 1741, contra las fuerzas inglesas, cien veces superiores en número. ¿Qué pasaría por su cabeza? ¿Por qué no se rindió? Esa pregunta me la he hecho cien veces y no he sido capaz de responderla. Lo mejor que se me ocurre es que no hubiera podido vivir con la deshonra de la rendición. Aquella carga, épica como otras tantas protagonizadas por otros tantos patriotas, puso en desbandada a los ingleses, horrorizados por la determinación a morir matando de aquellos enajenados españoles. Su resultado fue la estabilización durante décadas de la América española. Y la inspiración a otro de nuestros héroes, Bernardo de Gálvez, para entrar en la bahía de Pensacola en 1781, desafiando a la potente artillería británica.
No mucho más tarde, desde 1808 y durante cuatro años, civiles de todos los rincones de España acometían con navajas y todo lo que tuvieran a mano al invicto ejército francés. No sólo fue Madrid, fue Zaragoza, Bailén o Gerona. Al respecto de ésta última: ¿cómo negar la españolidad de una población que tan dura vendió su piel al invasor francés? ¿Importa más el ruido de una minoría manipulada y ruidosa que la heroicidad de todo un colectivo, que combatió casa a casa, sin armas ni formación militar? Por Dios, no. No podemos dejar caer en el olvido el sacrificio de tantos.
Claro que también somos el resultado de los desaciertos y fracasos: Trafalgar, Fernando VII, el absolutismo, las guerras carlistas, los desastres del XIX, la guerra civil de 1936 y tantos otros desatinos restaron durante décadas de ese patrimonio. Nos devolvieron a las cavernas del aislamiento y el retraso.
Así que, querido amigo, desde que naces en un hospital y una enfermera o un médico te atienden a ti y a tu madre, te cuidan y te dan las condiciones para que lleves una vida digna, estás beneficiándote por la suma -la integral en el tiempo, diríamos los ingenieros- del esfuerzo colectivo de todas las generaciones que te precedieron.
Cuando alguien enciende un fuego, hace girar una rueda, hornea una barra de pan, toma un antibiótico, etc. está beneficiándose de doscientos mil años de esfuerzos del homo sapiens. Y cuando toma una carretera, se beneficia del esfuerzo de aquellos íberos que construyeron las calzadas romanas. Cuando bebe agua de un grifo, quizá debería dedicar una plegaria al ingeniero que imaginó que un gran muro cerrando un valle podría mejorar la vida de tantos miles de personas.
En conclusión, el conocimiento de nuestra historia, la universal y la española, es un deber, en tanto que es la mínima muestra de respeto que debemos a todos aquellos que facilitaron nuestra vida. Y una necesidad, en tanto que es la herramienta esencial para entender nuestro presente y mejorar nuestro futuro.
Es por ello que, no importa cómo te ganes la vida, la historia te ha hecho como eres. Si no la conoces, no te conoces.
Si quieres conocer algo más de la Historia esencial de España y de muchos de sus héroes, no dejes de leer el libro que he escrito sobre el tema: https://n9.cl/00llj